Estuve leyendo estos últimos días Saliendo de la Estación de Atocha1, de Ben Lerner, una novela de 2011 sobre un poeta estadounidense que pasa en Madrid un curso gracias a una beca, con el supuesto propósito de realizar una investigación poética acerca de la Guerra Civil y su relación con la literatura española. Tardamos muy pocas páginas en descubrir que al protagonista, Adam, se la suda la Guerra Civil, la literatura española, la literatura en general y casi cualquier cosa que no sea él mismo y fumarse sus porritos. Adam, un narcisista patológico, manipulador y con una compulsión a la mentira que haría sonrojar al mismísimo Jim Carrey, me ha parecido de los personajes más desagradables sobre los que he leído en mi puta vida y ha hecho, en ocasiones realmente duro terminarme el libro.
Me meto en goodreads, plataforma diabólica, y veo que la gente lo considera unas “memorias”, una literarurización de la realidad a la que se le han cambiado algunos detalles, como por ejemplo el nombre del protagonista, que no es el del autor, algo cercano a lo que solemos llamar “autoficción”. Yo, personalmente, no es que odie las “autoficciones” o las “memorias literarias”, pero me dan mucha, mucha rabia, de hecho, si sospecho que una novela que leo juega con estas ideas, me protejo e intento saber lo menos posible de la vida personal de su autor. Me gusta tanto la ficción, la invención de cosas externas, y además creo tan profundamente en el poder del arte para generar nuevas conexiones empáticas, ponernos en lugares externos a nosotros mismos, que me parece un auténtico bajón que lo que me cuente alguien sean solo sus mierdas personales.
No es que no haya componentes “memorísticos” que tengan un gran valor: tiendo a emocionarme con facilidad cuando alguien cuenta algo crudo y “real” que a mí me daría vergüenza contar (ejemplo reciente: la parte de Lorde en el remix de Girl, So Confusing) y gran parte del atractivo para mí de Saliendo de la Estación de Atocha es el retrato del Madrid de los dosmiles, imaginarme cómo era la vida ahí en aquellos años y, por supuesto, la descripción de los momentos posteriores al 11M, aún casi un tema tabú en la ficción española. Seguramente nada de esto sería tan efectivo si Ben Lerner no conociese de primera mano aquello de lo que está escribiendo.
Pero me preocupa, como si fuese yo el guardián del Bienestar Cultural, la reducción del arte al diario íntimo del artista, que es mejor cuanto más rebusque en su interior y nos lo cuente de la forma más directa. La consecuencia de esta cosmovisión, (que considero muy contemporánea, relacionada con el individualismo, el desarrollo personal, el lenguaje de la psicoterapia…) puede ser lo que comentaba Sabina Urraca en su instagram hace unos días, la reducción del arte al que nos acercamos a simplemente aquello con lo que nos podamos identificar.
El Adam de Leaving the Atocha Station es un personaje típicamente millenial, anhedónico, necesitado de sustancias dopantes para pasar el día a día, irónico y narcisista, muy culto pero incapaz de convertir esa cultura en algo significativo para su vida. Desconozco si Ben Lerner se parece a su personaje, espero que no por el bien de la gente a su alrededor, pero en el contexto de las “memorias” me hace gracia especialmente lo mentiroso que es Adam. Entre sus perlas está contar que su madre se acaba de morir para recibir la atención de chicas españolas, mojarse los ojos con su saliva para fingir una emoción lacrimal ante la lectura de un poema o el reciclaje de una experiencia cercana a la muerte de su único amigo para, una vez más, parecerle interesante a chicas.
¿Cuál es la gracia del libro? ¿Obligarnos a colocarnos en la perspectiva de un personaje detestable? ¿Reflexionar sobre el acto narcisista y obsesivo de “contarse a uno mismo”? ¿Sobre la mentira inherente a cualquier narración? o, quizás, para algunos de los lectores de este substack, lo interesante podría ser descubrir hasta qué punto es un gilipollas su protagonista/autor. Esa tensión es interesante y desde luego capaz de motivar una reflexión de esta extensión, pero hubiese estado más guapo el libro con dragones o ninjas.
Otra semana agradeciendo vuestra lectura, este domingo estaré en el Ítaca en Murcia en otra movida benéfica para apoyar a los afectados por la DANA, lo organizamos desde La Navaja, que también montamos por cierto el concierto de Ramper del sábado pasado que fue un gran éxito y que disfrutamos un montón. Si no podéis venir, siempre es posible echar una donación por una buena causa (recordad que este substack SIGUE siendo gratis).
Otra cosa MarceloCriminal related es que el viernes sale la versión que hice de Un corte limpio para el disco celebrando el 20 aniversario de Los Punsetes, que se dice rápido. Es una de mis canciones favoritas del grupo, evidentemente, y creo que me quedó una cosa bastante linda en un disco lleno de nombres intimidantes.
Hasta otra!
Aunque yo lo leí en inglés, Leaving the Atocha Station provocando que mi amigo Juanma bromease: “¿esto quién lo ha escrito? ¿Ana Botella?”
me tuve que leer esta novela para una clase aquí en Illinois y me pareció... francamente inaguantable. vindicated leyendo esta crítica, cuatro años después!!