la gravedad del arco iris
Hay un capítulo relativamente reciente de Los Simpson en el que Lisa queda fascinada por un grupo de estudiantes universitarias que representan sus aspiraciones de un entorno cultural verdaderamente elevado. En la escena en la que descubre estas cualidades de sus nuevas amigas ve que una de ellas tiene en su mochila un ejemplar de El arco iris de gravedad y le dice “¿lo estás leyendo?” a lo que ella respondía “releyendo”. Yo, como esta parodia de repipi estudiante de humanidades, me propuse hace cosa de un mes (y siguiendo mi plan quinquenal de lecturas que, insisto, ha sido quizás la mayor equivocación de mi vida) releer El arco iris de gravedad.
La primera vez que hice esto fue el verano de mis dieciocho años y recuerdo las merecidas burlas de mis amigos Juanma y Rodrigo cuando en medio del aeropuerto de barajas esperando nuestro viaje dirección Berlín me saqué el tremendo tocho para disponerme a leer un ratillo. De lo que me acuerdo menos es de mis impresiones del libro porque, siendo honestos, no me enteré de un capullo. En mi actual relectura he descubierto que el 99% de cosas que recordaba ocurren en las doscientas o trescientas primeras páginas1 y en algún momento debí perder totalmente el hilo hasta el punto de creerme que dos o incluso tres personajes eran solo uno. Llegó un momento hacia el final, y esto sí lo recuerdo, en el que me leía como unas cien páginas diarias como el que se decide a atravesar un huracán, casi decidiendo que ya que estaba ahí era mucho más importante haberlo leído que leerlo. La pregunta que me hago ahora es a quién cojones pretendía yo impresionar.
Cuando leemos un libro “importante” o un “clásico” sea lo que sea eso, con frecuencia hay un grado de querer medirse con una larga historia de listos que han decidido que eso era lo realmente bueno y lo que había que leerse. Por eso, en mi opinión, suele ser una experiencia muy gratificante, porque incluye descubrir que esos tomos que supuestamente contienen grandes verdades sobre la humanidad y un conocimiento iluminador en realidad suelen ser libros mucho más divertidos y populares de lo que nos han querido hacer creer estos listos. Ningún libro es tan serio y para mí uno de los grandes problemas del canon o del acto de “canonizar” es que aleja a la gente de obras artísticas que sí son valiosas y sí pueden ser importantes a cambio de darles ese aura de inmortalidad y superioridad intelecutal.
Tras esta relectura certifico que yo no estaba preparado a los dieciocho años para el arco iris, en parte por mi falta de conocimientos de todo tipo (históricos, culturales, literarios, etc, también vitales y sexuales por supuesto) pero quizás sobre todo porque aún entendía la literatura como una especie de competición en la que había que leerse el libro más gordo y más difícil.
Y El arco iris de gravedad es, a muchos ratos, un libro muy difícil, obtuso y hasta directamente abstracto2, pero en su mayoría mucho más claro de lo que yo recordaba o de lo que me creía. Esencialmente trata de Tyrone Slothrop, un soldado estadounidense durante los últimos ratos de la Segunda Guerra Mundial que se involucra con una instalación de científicos y pseudocientíficos aliados, mucho más preocupados por aprovechar la amplísima financiación que están recibiendo y la manga ancha que les permite la guerra a la hora de experimentar que en asegurar cualquier tipo de victoria de su bando o de acabar con el fascismo. Conforme avanza la trama, Slothrop descubre que él mismo fue objeto de una serie de experimentos durante su infancia porque, y este creo que es el mensaje último del libro, la crueldad, el sufrimiento y la dominación en pos de la ciencia, el progreso y la razón no es que precedan y sobrepasen al nazismo y el genocidio sino que esto último son solo algunas de las manifestaciones de lo primero.
Para Pynchon, algo parecido a un ludita, la investigación y la tecnología son siempre conceptos de los que sospechar, porque sirven al Capital y a los Poderosos (a Ellos, como escribiría él), y un espectro recorre el libro: la creación del primer tinte sintético (el del malva), que produce una genealogía de megacorporaciones y cárteles empresariales que llevan a la creación de los megacohetes que asolaron Europa durante la Segunda Guerra Mundial (y mucho después, aunque el libro decide omitir Hiroshima como omite Auschwitz). Desde luego, El arco iris de gravedad habla implícitamente tanto de la industria cohetera alemana como de la guerra fría y la carrera espacial y de Berlín en 1945 como de Estados Unidos y Vietnamen los años 60, incluyendo unas fuerzas revolucionarias tan destinadas a fracasar como las que marcharon hacia el Pentágono en 1967. Hay una línea espeluznante, fácil de pasar por encima, en la que se nos indica que si buscamos a un nazi malo malísimo que creíamos muerto en el presente habremos de buscarle en consejos de administración y entre los asesores de la Casa Blanca.
Pero en un libro tan extenso y ambicioso hay mucho más que eso. Sobre todo sexo, en todo tipo de manifestaciones y prácticas, algunas realmente escabrosas que me han llegado a escandalizar de verdad, porque la pulsión de destrucción de los poderosos en este libro no es solo económica sino sexual. También hay mucho slapstick, con Slothrop recorriendo Berlín disfrazado de las formas más rocambolescas en busca de fardos de todo tipo de drogas, piezas de música clásica interpretadas con kazoos, platos británicos vomitivos, rimas obscenas sobre hombres que mantienen relaciones con cohetes y demás pynchonismos, como los párrafos dedicados a explicar que el símbolo de la SS realmente representarían las integral que permite describir la trayectoria de un cohete o que las siglas de la OSS no significarían Oficina de Servicios Estratégicos en inglés, sino la palabra latina para “hueso”, una manifestación de la ideología luterana acerca de las vanidades del mundo.
Preguntarse si El arco iris de gravedad es un libro serio con devaneos histriónicos de chufla y erotismo o si más bien es todo lo contrario3 es algo absolutamente inútil, porque los libros no son comentarios trascendentes o tonterías extrañas sino que son, o deberían ser, todo a la vez. De mi experimento lector de este año (recordemos, el peor error que he cometido en mis veintisiete años de vida) siempre recordaré con mucho cariño haber podido redescubrir esta obra maestra, de los mejores ratos que he pasado leyendo nunca.
Tras esta chapa os mando un saludito y os transmito mis disculpas por haber estado como un mes sin escribir por aquí, estuve de viaje con Andrea y he disfrutado un poquito de mis vacaciones pero espero continuar la frecuencia semanal que llevaba antiguamente con algo de música que he escuchado (no mucho!) y alguna otra cosilla que he podido leer, ver, jugar, reflexionar, etcétera. Espero que os haya podido interesar esto y hasta la próxima! Os dejo con una canción cutrilla que escribí hace muchos años inspirado por este librito.
Comprensible por otro lado porque es verdad que el libro se va haciendo progresivamente más hermético y oscuro.
A este respecto, no me avergüenza ni un poco comentar que he recurrido en varias ocasiones a este resumen por capítulos y a este comentario de referencias página a página para pillar algunos de los chistes.
Como le sucedió al comité del Pulitzer cuando descubrieron que su votación unánime para que recibiese el premio había sido desechada por considerar sus superiores que era un libro pornográfico.