He ido a ver The Brutalist, la famosa película dirigida por Brady Corbet y protagonizada por Adrian Brody acerca de un arquitecto que sobrevive a los campos de concentración y trata de llevar a buen puerto su visión artística en unos Estados Unidos que le temen y le odian. Me ha gustado. La peli es absolutamente maximalista sin dejar de ser misteriosa y, con frecuencia, bastante más arriesgada de lo que podría parecer, si bien es verdad que el nivel de riesgo que podría parecer es: cero.
Me ha interesado sobre todo porque siento que intenta hacer algo con esa pregunta recurrente en mi cabeza (y en esta newsletter, no sé qué va antes) acerca de cómo construir una obra cultural que no se deje llevar por los cantos de sirena del todopoderoso dólar, el contenido, la inmediatez, pero sin tampoco ser excesivamente reverencial con el pasado, con el academicismo ni la tradición. Cómo hacer algo que no sea nostálgico ni una puta mierda. Para ello, evidentemente, bebe bastante de las épicas freestyle de Paul Thomas Anderson y las deudas con Pozos de ambición y The Master, algo que me parece que está muy bien y tiene mucho sentido, son patentes, aunque hay en la segunda mitad un punto de cinismo y socarronería que la separan de su, ejem, maestro.
No entro más, hay mucho que comentar, leer y hasta discutir sobre las cosas que pasan en la peli pero no me gustaría arruinársela a nadie y se me va a ir la boca. En lo que me quiero centrar es en qué medida se relaciona esta peli, este evento con el cine como espacio en el que se ven películas. Desde su planteamiento, producción y, por supuesto, promoción, The Brutalist está completamente ligada a su proyección en una sala de cine. La duración extrema obliga a darle un peso, en el sentido de que tienes que resevarle una buena tarde y de que en estos tiempos de déficit de atención1 prácticamente exige que la veas en el cine porque en tu casa no lo vas a hacer en la puta vida, pero además, se ha filmado en Vistavisión, el vetusto formato desarrollado por Paramount y en el que se rodaron clasicazos como Los diez mandamientos o Vértigo y que llevaba sin desempolvarse desde principios de los sesenta2.

Pero esto… ¿para qué? No he comprobado el dato en cuestión pero existen muy pocos cines en el mundo capaces de proyectar el Vistavisión. Sí hay algunos más del muy similar formato de 70 milímetros (en España, tres de ellos: dos en Zaragoza y uno en Barcelona), pero la gran mayoría de nosotros la hemos visto, la vemos y la veremos en una copia digital.
El fetichismo por la textura analógica de la película es ya un cliché de la cinefilia del que yo participo aunque me joda. The Brutalist, aunque creo que también se burla un poco de esto, se ve que da gloria y deja en ridículo a casi cualquier peli que se pueda ver ahora mismo en el cine en ese sentido, pero no puedo evitar que me dé rabia caer en esa idealización de una forma de trabajar el cine que es mucho más cara e incómoda y que, como digo, la mayoría vemos en forma de sucedáneo. Una vez más, ¿es que no hay forma de hacer un cine de calidad que no mire necesariamente para atrás?
La hay, claro, y un gran ejemplo es la obra de David Lynch. Los que hemos visto Twin Peaks The Return no olvidaremos nunca su uso de los efectos especiales digitales ni la belleza que extrae de una textura eminentemente digital, en el fondo la misma que la de toda ese tele “de calidad” tan horrorosa de ver por otro lado. En el último podcast de Marea Nocturna, dedicado a la memoria del ilustre cineasta, Quim Casas comenta un dato que ignoraba: Inland Empire, la última película de verdad3 que rodó, estaba pensada originalmente para Internet y Lynch tuvo que ser convencido para proceder a su estreno en festivales y distribución en salas. Casas continúa argumentando que, dado que Mulholland Drive se concibió como un piloto televisivo, para llegar a la última vez que Lynch, uno de los últimos grandes maestros, pensó en una sala de cine debemos remontarnos hasta 1999 con Una historia verdadera.
Momento municipalista: estamos en estos días en Murcia con la enésima campaña para “salvar” el Cine Rex, la sala más grande de la ciudad, un cine abandonado desde hace unos cuantos años y en continuo peligro de ser convertido en gimnasio. No quiero que se me malinterprete, adoro el cine y quemaré el edificio cuando abran otro negocio. Pero cuando veo el desastre que es la Filmoteca, programando la basura propagandística Sound of Freedom bajo un pretexto de “cine espiritual” pienso para qué películas queremos que se salven los cines.
Otro texto que me ha costado jeje me quedó seriote y reflexivo en FIN muchas gracias por leer y llegar hasta aquí, si os ha entretenido recordad que me podéis dar un euro como ya han hecho cuatro o cinco personas a las que estoy profundamente agradecido (ya casi casi gano lo que se cobra en las webs) nos vemos la semana que viene con algún tema to random, un saludito.
yo esto no creo que sea verdad pero lo dejamos para otro momento y lo escribo así para que se me entienda.
aunque, curiosamente, veo que Paul Thomas Anderson está rodando así su próxima peli.
disiento de los colaboradores del podcast y de casi todo el mundo, para mí gran parte de la gracia de Twin Peaks The Return es que es una serie y no una película.